Del Éxito a la Servidumbre

David Wilkerson (1931-2011)

En el momento en que Pablo todavía era conocido como Saulo, iba camino a Damasco con un pequeño ejército para llevar cautivos a los cristianos, traerlos de regreso a Jerusalén, encarcelarlos y torturarlos. Pero en el camino, Jesús se le apareció y cayó al suelo (ver Hechos 9:3). Temblando y asombrado, este soberbio y descarriado zelote preguntó: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Jesús le indicó que fuera a la ciudad, donde “estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (9:9).

En esos tres días, la mente de Saulo se renovó mientras pasaba todo el tiempo en intensa oración, reconsiderando su vida pasada y renunciando a sus malos caminos. Fue entonces cuando Saulo se convirtió en Pablo. “Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (9:19-20).

Pablo era un hombre que podía decir: “Yo era un hombre de influencia; todos mis compañeros, incluidos mis compañeros fariseos, me admiraban. Fui un poderoso maestro de la ley, considerado un hombre santo, yendo cuesta arriba. Pero cuando Cristo me tomó, todo cambió. La lucha, la competencia, todo lo que pensaba que le daba sentido a mi vida, fue entregada. Me di cuenta de que estaba completamente equivocado respecto al Señor”.

Alguna vez, Pablo pensó que todas sus ambiciones religiosas, sus obras, su competitividad, sus ocupaciones, eran justicia. Pensaba que todo era para la gloria de Dios. Ahora Cristo le reveló que todo era carne, todo para su ego. Por lo tanto, Pablo declaró: “Me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Corintios 9:19). En esencia, estaba diciendo: “Dejé a un lado todo deseo de éxito y reconocimiento y decidí ser un sirviente”.

Pablo creía que la mente de Cristo cambia los afectos de una persona para siempre. Cuando Cristo se convirtió en su satisfacción total, puso su afecto en las cosas celestiales: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:1-3).

Nuestra oración debe ser: “Señor, no quiero concentrarme sólo en mí mismo, en medio un mundo que está fuera de control. Yo sé que tienes mi camino en tus manos. Por favor, Señor, dame tu mente, tu pensamiento, tus preocupaciones”.