Un Obstáculo para Dar Fruto

David Wilkerson (1931-2011)

Santiago dijo: “Si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad” (Santiago 3:14).

Como mensajeros del evangelio de Cristo, simplemente no podemos aferrarnos a los celos o la envidia. Santiago deja en claro que esto nos impedirá tener un testimonio con autoridad espiritual porque estamos viviendo una mentira.

En términos sencillos, el pecado de los celos o la envidia es un veneno amargo. El rey Saúl nos da el ejemplo más claro de esto en toda la Escritura. En 1 Samuel 18, encontramos a David regresando de una batalla en la que mató a los filisteos. Mientras él y el rey Saúl entraban en Jerusalén, las mujeres de Israel salieron a celebrar las victorias de David, bailando y cantando: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” (1 Samuel 18:7).

Saúl se sintió herido por esta celebración gozosa, pensando para sí mismo: “A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino” (18:8). Inmediatamente, Saúl fue consumido por un espíritu de celos. En el siguiente versículo leemos el efecto mortal que tuvo en él. “Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos [envidió] a David” (18:9).

Saúl hervía, haciendo pucheros de autocompasión. Probablemente pensó: “He trabajado muy duro, dando todo para servir a este pueblo; y ahora se vuelven contra mí. Están cantando las alabanzas de mi ministro asistente mientras a mí me ignoran”.

Trágicamente, después de esto, “fue Saúl enemigo de David todos los días” (18:29). La verdad de esta historia es que, sin importar cuán fuerte la gente aplaudiera a David, el Espíritu de Dios todavía estaba sobre Saúl e Israel todavía lo amaba. La promesa del Señor de edificarle una morada eterna claramente todavía estaba vigente. Si Saúl hubiera reconocido su envidia y se hubiera acercado al Señor, Dios le habría colmado de honores; y David, su leal capitán, con gusto le habría asegurado el reino a Saúl con sus habilidades militares. Pero Saúl no quiso humillarse; y como resultado, el Espíritu del Señor se apartó de él (ver 18:12).

En estos días difíciles, nuestra primera prioridad debería ser acercarnos a Jesús. Dedica tiempo a la oración, conviértelo en la obra más importante de tu vida y él te mostrará tu corazón. Por su Espíritu, él quitará de ti todo lo que no es de Cristo y derramará su unción espiritual sobre ti.