Libertad en la Luz de Cristo

David Wilkerson (1931-2011)

Las promesas del Señor son siempre “sí y amén”. Sus promesas nunca cambian; y eso incluye su promesa de salvar a los perdidos. Cuando Dios nos ordenó ir a todo el mundo para ganar almas, él no incluyó una cláusula de exención: “Prediquen el Evangelio de mi hijo Jesucristo a todas las naciones, excepto en tiempos difíciles”. Y no dijo: “Cree que muchos serán salvos, excepto cuando haya un fuerte sacudir en el mundo”.

Gracias a Dios, él nunca ha dicho que el mundo es demasiado perverso, demasiado duro de corazón, demasiado entregado a la lujuria como para ser alcanzado por sus buenas nuevas. En ningún momento de la historia el Señor limitó jamás sus tiernas misericordias; y nunca lo hará. En este momento, Estados Unidos y el resto del mundo aún podrían salvarse del juicio si hay un verdadero arrepentimiento. Por supuesto, tal arrepentimiento requeriría una gran humillación y un regreso masivo al Señor. Pero nuestro Dios nunca ha rescindido su asombrosa oferta de misericordia.

Jesús declaró que él había venido a buscar y a salvar a los perdidos. El que tenía poder para someter los vientos y las olas, que podía enviar fuego desde el cielo para destruir a los impíos, que personificaba la justicia, este mismo Jesús vino como un siervo humilde. Él liberó a los cautivos tal como dijo que lo haría y quebró fielmente todo tipo de esclavitud que encontró.

Los evangelios hablan de Cristo como alguien bondadoso, paciente, tolerante, perdonador, lleno de ternura y misericordia, deseando que nadie perezca. Él fue llamado pastor, maestro, hermano, luz en la oscuridad, médico, abogado, reconciliador. Se dedicaba a hacer sólo el bien y nunca nadie tuvo motivos para odiarlo. Entonces, ¿por qué el odio profundo y feroz hacia Cristo?

Jesús fue odiado por el mundo porque vino como una luz para liberar al mundo de las tinieblas. “La luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20).

Jesús declaró de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8:12). ¡Camina en su luz y vida hoy!